Empachos y cenas, tremenda agonía,
unidos y unidas bajo un fiel ciprés.
Cementos armados, losas, fantasías,
frutas corrompidas doradas con miel.
Que llegas mañana
y empieza esta noche,
varado en un coche
sin ruedas ni ganas...
A los ocho años lo vi por primera vez. Vivía a los pies de mi cama y se alimentaba de piel y legañas.
Un día, en su recolecta nocturna de provisiones debió encontrar oposición por parte de algún lagrimal mío, o tal vez tropezó con una pestaña vaga, pero el descuido o la mala suerte lo llevó directo a mi fosa nasal, provocando un estornudo y el consecuente desconcierto por ambas partes.
No era la primera vez que nos veíamos, pero un pacto tácito me llevó a callar y dejar hacer.
Nunca nos habíamos cruzado en nuestras tareas (dormir y recolectar) y frente a esta nueva situación la reacción se hizo esperar.
El golpe le dejó mareado y destartalado sobre mi cama mientras que el despertar repentino me mantenía semiinconsciente y el sopor aún nublaba mi visión.
Tardamos unos segundos en decidirnos.
Yo me agaché y él se acercó a mi oído.
El contacto era inevitable así que lo mejor era llegar a un nuevo acuerdo cuanto antes.
Fue la única vez que oí su voz, dulce y reducida, una voz joven de siglos atrás.
Sólo tres palabras me dijo:
- Un secreto semanal.
Esa era su oferta. Libertad para actuar como antes a cambio de un secreto a la semana.
Estaba tan excitado y a la vez tan casi ausente que no me atreví a preguntar más. Asentí con la mirada y me dispuse a dormir de nuevo. Ya descubriría qué y cómo me desvelaría esos secretos.
Los primeros días me acostaba nervioso y madrugaba exaltado, en busca de una nota bajo la almohada o escondida en las zapatillas. Otras veces imaginaba que me despertaría a media noche para contarme la buena nueva.
Pero nada de eso ocurrió. Cada vez me costaba más dormirme hasta que, víctima del cansancio y el insomnio caí presa de un sueño pesado e inesperado.
Así fue como empecé a saber cosas.
El hombrecillo verde se volvió más cuidadoso y apenas lo veía ya, pero una vez a la semana me despertaba sabiendo algo nuevo.
A veces era sólo comprender una fórmula o asimilar una teoría. Las semanas afortunadas descubría nuevos sentimientos o sensaciones desconocidas.
Y así me trajo el amor y la amistad, la gravedad o el complemento del nombre, y las ganas de viajar
Sin embargo con cuantas más cosas yo sabía más huraño se tornaba el hombrecillo, y poco a poco dejó de moverse. Le cogió cariño a la cama y allí pasaba las horas. Hasta que un día dijo adiós, y tuve miedo de conocer todos los secretos que él tenía.
Hace tiempo que dejé de ver al hombrecillo verde, pero algunas veces, cuando me levanto, siento que me visitó esta noche, y junto con su cesta de piel y legañas se llevó también un secreto de vuelta, que fue compartido y dejé de usar, dejando espacio para crecer a otros y dándole a él algo para recordar
Con cuatro patitas, buen lomo y un cuerno,
recuerdos prohibidos y un videocassette
recojo la casa y me voy al averno,
me limpio por dentro y empiezo a correr.
Sobraban palabras el día que fuiste,
huí de tu lado y no te quise ver.
Mas tú ya no estabas, te habías fugado
buscando al pasado que te hizo volver.
Y no hubo patitas, ni cuernos ni lomos.
Y no hubo unicornios cargando tu paz,
pues nunca quisiste ofender a los otros
Con duelos y ofrendas, con agua y con sal,
con flores u olores, con joyas de oro,
con sólo te añoro, te espero y tu mar.
Tres naranjas, cuatro huevos y un jersey.
Coca-cola, body lotion...mira bien.
Es mi cuarto un basurero, es una cuadra,
o una leonera, una pocilga guarra.
Que si me preguntas si sé lo que tiene,
si algún nuevo complejo hay que inventar,
con Diógenes me basta, pues va y viene
cargado de trastos, basura y metal.